En la oscuridad que inundó el panorama de los estudios sobre Japón en España durante la mayor parte del siglo XX, hemos de destacar una de las pocas luces que logró brillar con fuerza y consiguió iluminar la senda del conocimiento de la cultura japonesa en nuestro país. Esta potente luz procedía de un pequeño grupo de españoles de extraordinaria categoría intelectual y amplia formación que en el periodo de posguerra partieron como misioneros hacia el País del Sol Naciente, y que, después de residir allí durante largos años, regresaron a su lugar de origen donde desplegaron una importante labor de promoción de Japón en los terrenos académicos y de difusión cultural. Pioneros de la japonología en España, fueron los primeros en manifestar un real interés científico por la cultura japonesa y en acceder a la formación y experiencias necesarias para poder abordar un trabajo con método y rigor académicos. Por su condición de misioneros durante su estancia en el archipiélago, quisieron conocer con profundidad la cultura, la historia, el pensamiento, las religiones, el arte, las costumbres y la realidad del pueblo que los acogía; por su curiosidad intelectual se entregaron intensamente al estudio de la lengua y escritura nativas lo que les posibilitó consultar fuentes y textos japoneses y ser permeables a las explicaciones de sus maestros nipones. Este decidido interés y el hecho de vivir largas temporadas en el país, les permitió alcanzar un conocimiento muy completo de Japón, conocimiento que además les llevó a apreciar y amar su civilización y a sentir la necesidad de transmitir sus valores y logros culturales y artísticos a su compatriotas españoles. Pues bien, uno de estos insignes estudiosos fue el padre Fernando García Gutiérrez.
Mucho conocimos a Fernando García Gutiérrez, sabio jesuita jerezano, a través de su divulgado libro El Arte del Japón que constituía el volumen XXI de la conocida colección “Summa Artis. Historia General del Arte”, publicado en Madrid en 1967 por la editorial Espasa-Calpe. Este libro, del que se han realizado nueve ediciones, fue el primer trabajo escrito por un español que desde la contemplación directa de las obras estudiadas y desde el análisis de las fuentes originales abordaba con seriedad una visión de conjunto del arte japonés. A través de su lectura se nos fue desvelando el sorprendente y exquisito paisaje del arte nipón, del cual el libro iba desgranando sus más significativas formas de expresión desde la prehistoria hasta la edad contemporánea, sus principales líneas de evolución, sus autores y sus obras más importantes, incardinado siempre el estudio de las manifestaciones artísticas en el contexto social, económico, político, religioso, cultural e individual en el que se gestaron, y relacionándolas con otras formas de expresión cultural. Esta obra de una manera clara, ordenada, amena, entusiasta y absolutamente eficaz, logró transmitirnos el espíritu y el sentimiento de la estética japonesa, una estética que nos conquistó por completo.
Con los años, muchos tuvimos la fortuna y gran honor de ir descubriendo la personalidad científica y humana de Fernando García Gutiérrez. Pronto conocimos la causa por la que nuestro jesuita manifestaba tan profundo conocimiento del arte japonés. El padre García Gutiérrez, licenciado en Filosofía y Letras (especialidad de Estética) y en Filosofía, movido por el especial afecto que profesaba al carismático San Francisco Javier pidió a sus superiores de la Compañía de Jesús que lo destinaran a Japón donde vivió más de catorce años (1956-70). Allí cursó dos años de Lengua y Cultura de Japón en el Centro de Cultura Japonesa de la Compañía de Jesús, la licenciatura de Teología en la Universidad de Sophia (Tokio) y estudios equivalentes a una licenciatura de Arte Oriental en la Facultad de Culturas Comparadas de dicha universidad. Con este bagaje inició una fructífera carrera docente e investigadora. En Japón estuvo enseñando arte de Asia oriental y arte español en la Universidad de Sophia, hasta 1970, año en el que el Padre Arrupe le pidió que regresase a España para que se hiciera cargo de la oficina de conexión en Sevilla con la Misión de Japón. A la par, inició su investigación en el campo del arte japonés partiendo del directo contacto con las obras y de la consulta de fuentes de primera mano. Fruto de esta labor fue el ya citado libro Arte del Japón y otras obras de carácter más específico sobre determinados temas que han sido de su especial interés y que ha publicado en reconocidas revistas y editoriales. Este es el caso de las mutuas influencias entre Occidente y Japón (tanto la influencia del arte occidental en el arte japonés en los siglos XVI y XVII, que dio lugar al llamado arte Namban, como la influencia del arte japonés en el occidental durante la Edad Contemporánea); el arte vinculado al Zen, parcela muy apreciada por Fernando García (Sesshû y Sengai eran algunos de sus artistas favoritos); el arte cristiano en Japón; y la arquitectura, especialmente la contemporánea de carácter religioso, que fueron materias favoritas en su producción. Ya en la península, manteniendo su vinculo con Japón, fue profesor durante varios cursos de la asignatura Arte Extremo Oriental de la Licenciatura de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla hasta el momento de su jubilación, labor que alternó con sus tareas como profesor invitado en distintas universidades europeas y americanas, como conferenciante y como organizador de eventos culturales muy diversos y comisario de exposiciones. Esta amplia actividad (que en los últimos tiempos compatibilizaba con su cargo de Delegado Diocesano del Patrimonio Histórico-Artístico del Arzobispado de Sevilla y sus tareas pastorales) se enriqueció además con la publicación de nuevos trabajos, tanto de investigación como de carácter divulgativo, que durante mucho tiempo han constituido los casi únicos referentes sobre la materia en lengua castellana. En este sentido es imprescindible destacar sus libros El P. Arrupe y Japón (Sevilla, 1992),Momoyama: La Edad de Oro del Arte Japonés (Madrid, 1994), Los Mártires de Nagasaki (Iconografía) (Sevilla, 1996), San Francisco Javier en el arte de España y Japón (Sevilla, 1998), El Zen y el Arte Japonés (Sevilla, 1998) y, por supuesto, su trilogía Japón y Occidente. Influencias recíprocas en el arte (Sevilla, 1990) y La arquitectura japonesa vista desde Occidente. Japón y Occidente II (Sevilla, 2001), y El Arte de Japón. Lo Sagrado, lo Caballeresco, y otros temas (Sevilla, 2008). También deben mencionarse Ensayos sobre budismo y estética de Japón (Sevilla, 2011) y Panorama del arte actual cristiano en India, China y Japón (Sevilla, 2015). Ademásfue comisario de seis exposiciones de arte de Japón en España: desde la realizada en 1994, Momoyama: La Edad de Oro del Arte Japonés (1573-1615), en el Palacio de Velázquez de Madrid hasta la celebrada en 2014, Arte Japonés y Japonismo en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Creó una singular colección de arte de Asia oriental que donó a su queridísima Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla y que hoy podemos contemplar en su sede. Su labor de divulgación de la cultura y arte de Japón fue extraordinaria. Pronunció cientos de conferencias, conquistándonos a todos con sus profundos conocimientos, su ameno y didáctico discurso y con su entusiasmo y enorme simpatía. En estos encuentros, sus amigos también disfrutamos de su conversación que rebosaba magisterio.
Pero, sobre todo nuestro querido Fernando deslumbraba por su excepcional calidad humana. Siempre sonriente, alegre y cálido, Fernando García Gutiérrez sorprendía por su infinita bondad, su optimismo y su sentido del humor, por su generosidad, por su espiritualidad y por la sencillez, cercanía y afabilidad que solo un hombre real y profundamente sabio puede tener. De sus palabras continuamente se desprendía su singular afecto por el pueblo japonés, por su cultura y su arte, afecto que nació de su sincero deseo, como misionero que era, de conocerlo y comprenderlo, que se construyó gracias al estudio, a su abierta sensibilidad y a la experiencia de una convivencia de más de catorce años, y que ha mantenido vivo mediante la constante lectura y los recurrentes viajes al archipiélago….. Y es precisamente aquí en donde se encontraba la clave de la capacidad de Fernando García Gutiérrez de penetrar en las esencias de las manifestaciones artísticas niponas: nuestro amigo comprendió el arte de su querido Japón con su mente pero también con su corazón.
En fin, por todo lo dicho, solo nos queda por decir ¡Gracias sensei!…. ¡Nos has dado tanto y tanto!… graciaspor tu magisterio, por tu ejemplo científico y humano, gracias por habernos abierto nuevos caminos y por la generosidad que siempre has manifestado con los que, con orgullo, nos consideramos tus discípulos… Que sepas que aunque ahora vivirás en paisajes muy hermosos, siempre estarás muy cerca de nosotros, … en tus libros y en los ecos de tus palabras, en nuestros gratos y entrañables recuerdos y, sobre todo, en nuestro corazones donde tu luz nunca, jamás, se apagará.
Elena Barlés Báguena (Universidad de Zaragoza)